¿QUIEN GANA EN EL PROCÈS?
En un escenario hipotético, conspiranoico si quieren pero, prometo, exento de dramatismo, se podría pensar que la deriva que está sufriendo el proceso independentista catalán estaba pactada con D. Mariano hace tiempo. Los extremos se tocan.
Ambos, Puigdemont y Rajoy, presuntos herederos y representantes de la mayor época de corrupción que ha vivido este país desde tiempos de Maricastaña, salen ganando en este juego de patios y películas intentando atraer la atención de un público a través de un relato ficticio hecho a medida de los dos. Relato que en estos momentos siempre me ha parecido inalcanzable, irreal, confuso y grotesco pero aparentemente revestido de legalidad y democracia y escrito como un guion en el que ambos sabían que en un sentido u otro no había ya, desde hace tiempo, marcha atrás. Y este acontecer de los hechos aparece ahora trastocado en una especie de medalla al esfuerzo y que simboliza el mérito que debe adornar el cuello de aquellos que ya tenían el agua política a la altura de dicha región anatómica. Y así, por conseguir unas líneas en los libros de historia, han acabado, ya lo venían haciendo, por destrozar, desbaratar, traicionar y apuñalar aquello que más miedo y respeto produce en ambos: la unidad del pueblo español y del catalán ; la unidad de sus trabajadores, la de ese 90% que ha sufrido, en España y en Cataluña, la rapiña y los recortes derivados de sus políticas en nombre de una burguesía dominante, holgada y satisfecha bajo los preceptos de un capitalismo tan salvaje como antisocial.
El PP que hasta hace poco no quería ni oír hablar de un referéndum en Cataluña ahora a través de sus peones; véase Montoro, Catalá y Zoido, de momento, deja escapar la invitación a un dialogo que pueda, incluso, terminar en una reforma consensuada de la Constitución que ya es incapaz de articular los territorios, las políticas e incluso los sentimientos.
Así la identidad de los independentistas, si es que tal concepto existe, se expresa fundamentalmente en el reconocimiento del contrario a través de símbolos propios impuestos como si de una religión se tratase, véase la irrupción del Barsa, por ejemplo, en una cuestión eminentemente política. Este es el recurso básico que, al interpelar los sentimientos, suele utilizar el poder expresándolo hasta el hastío ante su audiencia, sus correligionarios y sus votantes. Es la clave que transforma y hace emerger territorios y nacionalidades, unidas por la tradición y la historia, y paradójicamente más cosmopolitas, como tierras de cunas y tumbas.
Rajoy, ante los suyos, aparece convertido en un capitán Trueno moderno, en un toro de Osborne capaz, con esa simbología representada en sus cojones, los del toro, de haber hecho prevalecer la ley y la democracia de las instituciones por encima de querencias independentistas, mostrándose metafóricamente, al menos ante esa ciudadanía que le sigue votando, como tal héroe o tan atribuido morlaco. De ahí la falta de proporcionalidad de las actuaciones judiciales de los últimos días. Le hacía falta más que el comer o el diferir.
Alguien se podría preguntar que esa postura dialogante se podría haber asumido y ofrecido antes. Y la respuesta tiene que ver con la idoneidad fabricada, con el interés partidista, con la oportunidad de jugar con las cartas marcadas. Estoy convencido de que si hoy mismo hiciésemos una encuesta de intención de voto el PP la habría aumentado. Simplemente porque ha demostrado a los suyos, incluso a muchos que no lo son, en nombre de la legalidad, de la democracia y de la actual Constitución, que verlas venir también tiene sus recompensas, sobre todo enarbolando la unidad nacional y la soberanía a pesar de habérsela pasado por sus forros en repetidas ocasiones.
Rajoy suele sentarse a la puerta de su casa simplemente esperando ver el cadáver político de su vecino pasar. Cosa que muchos identifican, e interpretan, como propio de un gran hombre de estado capaz de reforzar una legalidad que en sus manos aparece, hace tiempo, tan en descredito como la fortaleza de un azucarillo desvaído en un vaso de agua. El maestro de los silencios, la inanez y la pasividad política ya tiene reforzada su autoridad, su audiencia recuperada, su legalidad intacta, su memoria, y la de su partido, borrada, la de muchos españoles también. Y de paso conservar el poder y autoperpetuarse en el nombre de un país cuya mitad esta perpleja y que no llega a entender que su política en Cataluña siempre haya pasado por el silencio y el desprecio. Es dueño del relato, la realidad es otra.
Al cuerpo de Puigdemont, resucitado de sus propias cenizas, también le ha venido bien la creación de un estado de opinión favorable a sus tesis propiciado por las últimas demostraciones de fuerza. No se explica que Puigdemont, por muy retorcido políticamente que sea, le cupiese en la cabeza que lo que paso el día 6 de septiembre en su parlamento fue un acto de democracia y soberanía catalana. En realidad se trató de una sesión mezquina, que no solo maniató y violó los derechos parlamentarios de toda la oposición y del pueblo al que representan sino que posibilitó una decisión tan increíble y chulesca como sesgada y que luego fue vomitada sobre aquellos alcaldes que no quisieron amparar tal transgresión. Ahora Puigdemont ya tiene la justificación ¿Sabía lo que iba a pasar y por eso fue tan lejos?
Rajoy ha cumplido su parte del trato que no ha sido otro que el de mostrar a los independentistas como víctimas de su propia epifanía, amamantando, con su discurso y sus actuaciones, el crecimiento de los mismos. La gasolina amiga en el fuego del ficticio adversario dentro de un escenario llamado España. Puigdemont y los suyos ya sabían hace tiempo que ese referéndum, hoy alterado por las actuaciones del tribunal número 13 de Barcelona, no se iba a realizar al menos en las condiciones de transparencia y fiabilidad adecuadas. Ahora, víctimas de un cruel destino impuesto desde la ley, la democracia, las normas y la razón, empiezan a tambalearse ante los ciudadanos catalanes evidenciando pero no asumiendo, el guion lo exige, una realidad que ya conocían pero que les permite presentarse ante su plebe como adalides de un esfuerzo independentista que ha chocado irremediablemente y descarrilado, que es lo peor, contra una fuerza superior que les ha hecho retroceder. Así han reconvertido su referéndum, enésimo plebiscito, en una farsa pactada con el adversario pero que al mismo tiempo les protege y los convierte en héroes ante los suyos reportándoles un posible futuro donde seguirán mangoneando y repitiendo políticas tan nefastas como indeseables para esos ciudadanos que, actuando de comparsa, utilería o atrezo, seguirán sufriendo las consecuencias. Ya se sabe que mientras hablamos de esto no se habla de otra cosa.
Qué casualidad que en el mismo momento en el que la acusación de antidemócrata estaba en el despacho, y aledaños, de Puigdemont, viniese la bufa actuación del PP a echarles una mano ¿Se puede ser más oportuno?
Lo que está pasando en Cataluña es un absoluto disparate que quiebra la unidad del pueblo, su solidaridad y nos enfrenta y aleja de la necesaria reflexión ante a esa gran estafa antidemocrática que supone el 1-O y que otorga munición y legitimidad al govern de Puigdemont y de paso revitaliza la figura de Rajoy. También es cierto que los catalanes, y demás, tienen derecho a una nueva legalidad, a un nuevo pacto de convivencia dentro del marco que debe marcar una nueva Constitución.
Debo confesar finalmente que todo esto no es más que un relato ficticio, imaginario y poco creíble. Yo también reivindico mi derecho a tener uno, surgido de una imaginación cándida, superficial y conspiranoica a sabiendas que la realidad siempre es mucho más cruda.
Foto: Josué Ferrer
Adrián Martínez
Miembro de la Coordinadora estatal de Recortes Cero.
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