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«De las pastillas Crespo al optalidon y al nolotil, pasando por el congreso», Adrián Martínez

pastillas CrespoDependencias  a sustancias  siempre las ha habido y variados motivos para su consumo también  Contaba una señora adicta y  muy mayor que una amiga suya de Bilbao había tomado de joven unas pastillas de nombre Crespo a base  de mentol y cocaína, y  vino de Pinedo: un tónico nutritivo, compuesto de cola, cacao y cocaína.

La señora mayor, adicta y septuagenaria,  contaba que, siendo joven y ama de casa y para poder sacar a su numerosa familia adelante, necesitaba tomar todos los días una ayuda externa en forma de grageas: levantarse por las mañanas y tomar un café con leche acompañado de dos optalidones era la misma cosa. Y no era para menos pues la señora, en un piso de 60 metros cuadrados, saco adelante  a 5 hijos con una diferencia de edad mínima, a tres abuelos (dos suyos y otro de regalo) y a un marido, de profesión sus labores  y un tanto receloso a la hora de ayudar en las tareas domésticas. Tan receloso como el Estado, el cual actuó como los hijos de la señora, todos varones y deudores de la generación del baby boom y por aquel entonces adolescentes,  haciendo de Godot: ni estaban ni se les esperaba. No le llegué a preguntar, por falta de rigor categórico, si la familia tenía perro, o periquito que por aquel entonces se llevaba más. El asunto es que este “farmacoritual” llegó a repetirse  hasta tres veces al dia.

La explicación que dio, al igual que la señora de Bilbao,  sobre el  consumo de tal fármaco fue que le “ayudaba a sobrellevar la fatiga y el dolor de cabeza que le ocasionaba la vida”: tomar un par de pastillitas de aquellas y sentirse como si le cantasen el yo quiero bailar toda la noche de Sonia y Selena eran lo mismo. Diríase que el efecto conseguido era una especie de despertar a la misma vida pero con más vida autopercibida. Una especie de autoengaño que le apartaba momentáneamente de una existencia llena de esfuerzos, problemas, incomprensión, trabajo inacabable, deudas y escasas ayudas. Tal aquelarre,  compartido con un buen número de sus vecinas, atenuaba la sensación de agravio personal y lo socializaba  expresándose  en una mejoría intermitente y falaz del dolor de cabeza compartido y de  la propia existencia. Una combinación efectiva, no cabe duda, que bien podría haber sido ingerida por Feijoo el 23J  cuando en el balcón de Génova pensó que iba a gobernar, o que bien pudiera ingerirla Sánchez cuando intente explicar la posible amnistía de los encausados catalanes al resto de  españoles aunque ni contigo ni sin ti tienen mis males remedios. De hecho el fármaco citado puede provocar, como a la protagonista de nuestro relato, tolerancia y dependencia. Dos palabras que convendría en algún relato exclusivista y peudohistórico de esos que algunos catalanes inventan y que sangran el tiempo político de los demás convirtiéndose en repetitivo, contumaz y cansino.

El  Optalidón al llevar, entre otras cosas,  un barbitúrico (sustancia  con diferentes acciones sobre el sistema nervioso central) provocaba sensaciones de bienestar, energía y euforia que podían confundirse con una mejor salud. También podía ocasionar  efectos alucinógenos, tolerancia y adicción. Este último efecto (y un cambio en su formulación) provoco su retirada en 1980. Quedaba, de modo vicario, el Okal -la aspirina española- y el calmante vitaminado, ambos con cafeína, entre otros. De este modo, muchas veces al margen de la indicación médica, otras veces sobrerecetados,  muchas y muchos consiguieron sobrellevar una vida anodina y exasperante olvidada de los poderes públicos y sometidos a todo tipo de rigideces. O lo que es lo mismo y haciendo acopio de la teoría de la providencia: si has nacido para padecer del cielo te caen cruces.

¿Van viendo ustedes la conexión? Permítanme indicársela: muchas mujeres, sin que tal consumo sea exclusivo de las mismas,  toman este tipo de sustancias, hoy más modernas y actualizadas,  para combatir una vida en árido, sin futuro y con un pasado lleno de carencias y privaciones. Mujeres que, en muchas ocasiones siendo el soporte económico donde se construye la vida de sus seres queridos, son castigadas -por la soberbia, la inoperancia, la inutilidad y el olvido político-  al abandono, al mutismo y a la anomia social y económica. Esa política que sigue rendida (con escasísimas muestras de lo contrario) y genuflexionada a cuatro patas  ante un dios menor llamado neoliberalismo. Tanta como aquellos que defienden la libertad  de tomar cervezas, ya ves tú el nivel de reflexión,  tanto como de morirte abandonado.

Y es que la pobreza en el mundo tiene género. Mujeres y niñas están más expuestas a sufrir pobreza económica en todo el mundo. No existe ningún país en el que se dé una igualdad económica entre hombres y mujeres. La pobreza, cual pez que se muerde la cola,  aumenta la brecha de género y esta genera a su vez más pobreza. Brecha de género y pobreza son dos caras de esa misma moneda que, echada al aire por manos expertas,  vulnera los derechos especialmente  de las mujeres. Y aunque estas  realizan el 66% del trabajo en el mundo y producen el 50% de los alimentos, solo reciben el 10% de los ingresos y poseen el 1% de la propiedad.

En España las peores cifras de tal proceso de infamia vuelven a impactar en las mujeres y en la infancia. Así, el 27,2 % de las mujeres en España está en riesgo de pobreza o exclusión social (frente al 24,8 % de varones); el 21,1 % tiene ingresos bajos en relación  al conjunto de la población (1,3 puntos más); el 8,2 % padece carencia material y social severa (un punto más que los hombres) y un 9,4 % vive en hogares con baja intensidad en el trabajo (frente al 7,9 % de los varones). Este indicador, comparado con anteriores, refleja  mejoras en todos los grupos de edad y en ambos sexos, a excepción del de las mujeres mayores de 65 años, las únicas entre las que ha aumentado el riesgo de pobreza (ha pasado del 19,6 % de 2021 al 20,6 % de 2022). Y algunos memos se sienten contentos mientras nos trasmiten tal grado de bobalicona alegría por haber rebajado unas cuantas migajas tal indicador. Si analizamos los porcentajes de carencia material severa, el mismo, según el INE, lo  padecen el 8,2 % de las mujeres.

¿Y el resultado de tal situación? Pues, sin ser privativo de ningún  género, edad y condición, se puede evidenciar un más alto consumo de sustancias  de esas que “ayudan a sobrellevar la vida”. Imaginen a una abuela o madre de unos 65 o más años, con hijos con hijos, acogidos y mantenidos en su propia casa, a no poder siquiera mantener su vivienda a una temperatura adecuada (entre otros criterios de pobreza severa). Sin embargo ¿qué remedio cabe? se puede hacer frente a esta situación. Se pueden organizar comportamientos individuales orientados  a la realidad vivida: luchar, organizarse,  solicitar ayuda, las veces que haga falta;  pero también se pueden generar mecanismos de defensa poco satisfactorios, incluso letales, que nos defiendan de esa gran angustia y transferir los comportamientos hacia la ingesta, dentro  o fuera del control sanitario, de sustancias nocivas y peligrosas, legales o no.

La señora mayor, adicta, septuagenaria y catalana sigue tomando cosas. Sabe que Cataluña y  Madrid son  las comunidades con menos gasto social por habitante. Lo dice la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales. Cataluña, por no ir más lejos de Waterloo, es la única comunidad que no ha recuperado el presupuesto social previo a la pandemia. Así que esta buena señora, desaparecido el Optalidón, ha pasado por el Okal, el Calmante vitaminado la aspirina, el metamizol, el ibuprofeno y el paracetamol…Suma y sigue y ponme otro café y  no te olvides  la pastilla de la tensión. Esperemos que a la abuela no le dé  por el fentanilo.

Adrián Martínez
Médico


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