Del estoicismo y de la corrupción, Adrián Martínez
Hay héroes de cartón piedra que viven circunstancias donde hacer valer su propia filosofía de vida. La concepción moderna del estoicismo se formuló para Pedro Sánchez posibilitando que, ante la adversidad, el rayo que no cesa, el trueno ensordecedor y el ayuno prolongado, pueda mostrarse abatido, fané y descangallado en un momento dado y fuerte, sereno y flemático en otro. Una especie en extinción que ha hecho de la resistencia a ultranza un método para frenar mediante prometedora tirita la gran hemorragia interna que padece su partido y al mismo tiempo meternos la mano en el bolsillo, el dedo en la oreja y su destino en nuestra paciencia y en la de sus sabuesos socios. No ceja el interpelado en intentar convencernos a los que cree necios que todos los colores son el mismo. Es la madrastra de Blancanieves ante el espejo de una ilusión; un Don Tancredo berlanguiano al que se le podría preguntar por su falta de acción o su pasividad ante los hechos. Él no sabía nada, y muchos sonreímos de forma sardónica. La vida es dura, quiso decir, y puso cara de póker acompañándola de una mirada patética, contrayendo el único musculo de sus ojos que todavía es capaz de activar.
El presidente vive una película en la que siempre aparece impoluto, limpio e inmaculado aunque sus bajos y el felpudo por donde transita están llenos de excrementos rancios y antiguos. Gobierna por intuición, toca la trompeta de la gobernanza de oído y aparece siempre adivinando por qué pasan las cosas mientras se aleja, como barco de emigrantes, de los ciudadanos.
Y en esta “conjura de los necios” aparecen personajes que debió soñar aquel para escribir Torrente: por un lado aquel hombre de los pactos imposibles que, transitando por los extremos que siempre se tocan, trasmutó desde “señor que ocupaba un cargo de confianza” a “señor que ocupaba un cargo de provecho” demostrando en esto último su agilidad de prestidigitador a la hora de convertir la blanca política en su negro dinero. Presunto idiota que no aprendió a restringir su trabajo a un campo específico del comportamiento y la acción política honradas sino que impregnó la totalidad de un aroma nauseabundo, falso e hipócrita.
Y en esta realidad que supera a la fantasía aparece el hombre que en España todo lo graba: un Quasimodo en cuya joroba se esconden secretos y billetes y discos duros ganados con la ingratitud de quien pensaba que le haría libre. Personaje siniestro que como mamporrero político ha conseguido más pieles de burro que de zorro encarnando todas las virtudes de un tonto útil que ha renunciado a su propia tontez; un cortador de leña que ahora la reparte; una mente compleja y retorcida que entendió que estar al servicio de algunos políticos era fango y barro desde el principio; un lanzador de cuchillos que utilizó sus herramientas fuera del espectáculo.
Otro personaje, más valenciano, la estrella del suspense, el más putero de todos, quiso ser el más estoico. El agua siempre la ha tenido al cuello pero llevaba cuarenta años intentando nadar solo con su desvergüenza. Personaje que nos regalaba discursos de serenidad y feminismo desde su vida de lujo pero escondiendo discos duros comprometedores entre las nalgas de sus amiguitas. Paradigma patológico de la negación como mecanismo de defensa y como forma de ser y estar, fumar y bailar salsa.
En resumen tenemos, de momento, un circo de cuatro pistas: un Presidente que ni sabía ni veía; un opositor que no sabe ni llega; un negociador que sabía y presuntamente trincaba a calzón quitado; y dos personajes salidos de una escopeta nacional. El presente y el futuro servidos.
Y a esto sumamos que el líder de la oposición es un Godot enamorado de los males existentes que, a diferencia de Sánchez, siempre los ha sustituido por otros. Un tipo de esos que encontramos en todas las bodas opinando de todo pero que nunca baila; un sujeto que prueba todos los pasteles pero nunca la tarta nupcial. Un exgafapasta que mientras critica a Sánchez por la corrupción aún no ha explicado lo de su foto navegando con aquel inefable narcotraficante que aparecía cual primo cercano del pueblo y que , pasado el tiempo de la explicación no satisfecha, se encuentra a la espera de las sentencias que sobre su partido aparecen como espadas de Damocles. Foto que junto con su pasado, su presente y su Ayuso siempre le perseguirá como ese sueño repetitivo de querer avanzar y no moverse del sitio.
El anterior presidente del PP era pausado y con frases eternas. Mago del escapismo verbal asentaba la idea de que “un vaso es un vaso y un corrupto…es un señor del partido que ya no está”. Su estrategia favorita era negar, minimizar y dejar pasar el tiempo a ver si llegaba el verano o la Champions y la gente se olvidaba. Lo suyo era gobernar a golpe de plasma y titulares sin sujeto, verbo ni predicado, ignorando conocer quién era el de las famosas iniciales aparecidas en aquel cuaderno manuscrito donde todo era falso menos algunas cosillas. El actual pone su reconocida sabiduría -dando por hecho que la tiene lo cual es un imponderable- al servicio de la memoria de los españoles recordándonos dos cosas: que la corrupción es España solo se gestiona por turnos y que para un estoico como Sánchez morir políticamente también puede ser una opción digna.
Adrián Martínez
Médico
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