«Yo también fui una iluminada fallida», Ángela González
Hubo una época de mi vida, (una de esas épocas chungas, de “necesito creer en algo o le parto la cara a alguien”) en la que caí en las garras suaves del mundo espiritual con olor a palo santo.
Y no, no empecé con yoga en el parque.
Yo me lancé de cabeza al nivel élite del delirio.
Meditación Trascendental.
En mayúsculas, como Dios manda.
Un señor con perilla (mitad chamán, mitad teleoperador de Vodafone) me recibió en un centro minimalista con luz tenue, incienso sospechoso y la mirada de quien ya ha cobrado antes de enseñarte nada.
El tipo me dijo que iba a darme mi “mantra sagrado”, una palabra solo mía, elegida con fórmulas cósmicas milenarias, transmitida de maestro a discípulo desde la época en la que la gente cagaba en el bosque.
El mantra secreto: Gorrín, el despierto
Me senté. Cerré los ojos.
Me dio la palabra.
Girriiiim.
O Girrom.
O Girrón.
Yo qué coño sé.
Sonaba a motor gripado o a cerdo intergaláctico.
Y yo, por respeto, asentí.
Como si me acabaran de pasar un mensaje divino y no una contraseña del WiFi.
Me dijo:
“Repítela mentalmente.
No la compartas con nadie.
Es solo tuya.”
(Claro, no vaya a ser que alguien más use Girrom y le explote el tercer ojo.)
La clase global: medita y no molestes
Un día me conecté a la gran meditación mundial.
Miles de personas, cámaras encendidas, todos sentados, todos quietos.
Todos repitiendo su sonido secreto mientras yo pensaba:
“Joder qué coñazo.”
“Qué musiquita de mierda.”
“Qué hora es.”
“¿Cuánto falta?”
“Esto es pa zombis.”
“¿Mirar al Este? ¿Dónde coño está el Este?”
“Girrrommm girrommm… mierda, ya se me olvidó la palabra.”
Mientras tanto, el chamán cobrando por Bizum, desde su templo sagrado en Villaverde.
Y yo con la contractura del cuello pidiéndome una tila con whisky…
Un día, harta ya de repetir Gorrín o Gritón o Grijóm, le dije al maestro:
“Perdona, esto no me sirve.
Veinte minutos son una tortura para mí.”
Y va y me suelta el iluminado, sin despeinarse la perilla:
“Ojo, eh…
Las personas como tú son las que abandonan la meditación.”
¿Perdona?
¿Acabas de sacarte un máster en psicología por decirme lo que acabo de decirte yo?
¡Claro que abandono!
¡Si me estás pidiendo que sufra cada día en posición de flor marchita mientras repito una palabra que no me suena ni a mí!
Yo no necesito un mantra.
Necesito un saco de boxeo, un café bien cargado y una serie donde todo el mundo muere al final.
Eso me relaja.
Conclusión espiritual:
No me iluminé, no encontré la paz, no me conecté con el alma colectiva.
Y no, el mantra no me cambió la vida.
Pero me reí.
Y eso, queridos gurús,
es mucho más sagrado que estar 20 minutos intentando no mover una ceja.
Girrom, gorrom, girriiiim…
lo que sea.
Yo tengo otro mantra ahora:
“No me jodas.”
Namasté, ¡mis cojones!
Una de esas experiencias que tienes en la vida, porque todos nos hemos encontrado en momentos en los que creer algo, aliviaba.
El problema de esto, no es el contenido, es el contexto. Porque siempre hay alguien detrás de tu debilidad para sacarte lo poco que tienes en la cuenta.
Ángela
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