“Si no bebes, no fumas y no follas… ¿PA’ QUÉ VIVES GILIPOLLAS?», Ángela González
En España no hace falta himno con letra. Ya tenemos frases populares que nos definen mejor que cualquier canción patriótica.“Si no bebes, no fumas y no follas… ¿pa’ qué vives, gilipollas?”
Una maravilla de eslogan cultural que, entre risas, resume una verdad incómoda:
aquí, la autodestrucción socialmente aceptada es sinónimo de diversión.
NO BEBES, NO MOLAS.
Así de crudo.
En España, o bebes… o eres raro.
Si sales y no tomas nada, eres un soso.
Si vas a una fiesta y te vas temprano porque no te apetece ver a adultos babeando copas y soltando gritos, eres un amargado.
Si no consumes, ni te drogas, ni necesitas perder el control para pasártelo bien… eres un sospechoso social.
EL CULTO A LA BORRACHERA COMO IDENTIDAD NACIONAL
En lugar de cuestionar los excesos, los celebramos.
La borrachera sigue siendo un deporte nacional,
la droga una “anécdota graciosa”,
y el “salir de fiesta” una religión que no admite herejes.
No importa la edad, la situación personal o la responsabilidad familiar.
La noche manda. La fiesta manda. La evasión manda.
Y si no entras en ese patrón, te conviertes en el raro del grupo.
El que no entiende la gracia. El que “no se sabe divertir”.
LOS 50 SON LOS NUEVOS 17, PERO CON MENOS NEURONAS…
Adultos con hijos que siguen el mismo patrón de adolescencia infinita:
fiestas, drogas, borracheras, selfies y más fiestas.
Y mientras ellos se ríen de quienes deciden llevar una vida más consciente o serena,
el país sigue anestesiado, colgado de la barra del bar.
“La vida está para disfrutarla”… ¿pero a costa de qué?
El problema no es disfrutar.
El problema es que en España se ha confundido disfrutar con reventarse.
Y se ha normalizado tanto el desmadre, que cualquiera que no lo comparta es tachado de aburrido, seco, gris.
Como si vivir sin alcohol, sin drogas y sin desfase fuera un acto sospechoso de traición cultural.
La droga y el alcohol están en todas partes. También delante de un carrito de bebé
Y el mayor drama no está solo en las fiestas,
sino en la permisividad social que hay alrededor.
Es común ver a padres con la mandíbula desencajada a las 4 de la mañana,
bebés dormidos entre altavoces y farlopa,
mientras la policía pasa de largo y nadie dice ni pío.
La fiesta lo justifica todo.
Ni el descanso de un niño parece más importante que la dosis de ‘diversión’ de sus progenitores.
PAN, CIRCO… Y COCAÍNA
Mientras tanto, los que no consumen, no beben, no se suman a ese circo colectivo,
acaban apartados o se apartan solos.
Porque estar sobrio en un país borracho no solo es raro:
es incómodo.
CONCLUSIÓN
En España, la cultura de evasión se ha disfrazado de costumbre popular.
No es diversión:
es desconexión crónica.
Y mientras no se cuestione esa normalidad,
seguiremos celebrando cada fin de semana un entierro disfrazado de fiesta.
There is no ads to display, Please add some
