EN ALICANTE ¡FINO CAÑERIAS, POR FAVOR!
Hace unas fechas en un lugar de Alicante de cuyo nombre si me acuerdo se me abdujo para cenar en un restaurante oriental. Tan oriental que si tienes más de 50 años o poca, nula, experiencia en ellos tienes que pedir, por favor y por Tutatis, información previa sobre los ingredientes de cada plato antes de solicitarlo. En cuanto te lo sirven, te invade, como profecía que se cumple a sí misma, una especie de decepción a la par que sana desconfianza, parecida a la que sienten los votantes de Ciudadanos en este país, al comprobar que lo pedido, lo explicado y lo servido tiene poco parecido.
Antes de dar el primer bocado solicite agua del grifo: una jarra de “fino cañerías” para acompañar tan orientales viandas La camarera en ese momento me miro como desvaída adornándose con una mueca de incredulidad a la que acompañó de variados gestos intentando disimular su perplejidad. Comprendo que una botella de agua (en plástico la mayoría de veces) es un negocio -visitar para entenderlo el Oceanográfico de Valencia-. El asunto es que la camarera solicitó la presencia de su superiora y tal señora se pasó un rato intentando convencerme de la mala calidad del agua de grifo de Alicante en general y aledaños en concreto. Y claro uno tiene su corazoncito. Al final en roman paladino le indique que si no me servía agua del grifo me levantaría y me iría. Lo entendió. Es más, me quede con ganas de explicarle que en Alicante, y aledaños, el agua no es que sea mala es que es escasa. Tampoco es que entrase en su restaurante a pedir solo un vaso de agua del grifo como hacía en cualquier bar cuando era niño. Y cobrármela, siendo un cliente, sería como cobrarme el acceso al aseo, donde por cierto se gasta mucha más agua que la que se puede pedir para beber.
Tengo mis motivos para consumir agua del grifo. En primer lugar porque favorece la protección de un bien común, un bien primordial reconocido por las Naciones Unidas. Bebiéndola y solicitándola pongo de manifiesto mi derecho a su acceso universal y a su saneamiento y exijo su función social y ambiental al mismo tiempo que denuncio su mercantilización, su trasformación en un recurso que genera grandes beneficios solo para las empresas embotelladoras y algún que otro intermediario. Estas controlan nuestros acuíferos mientras perdemos su control público y la citada función social a la que está destinada. Que le pregunten sobre la sobreexplotación y el derroche de sus acuíferos a la aguerrida y yeclana Plataforma Salvemos el Arabí y Comarca, por ejemplo, en pleno levantamiento del hacha de guerra, luchando por acuíferos que pertenecen no solo a Yecla sino a Caudete, Villena, Pinoso o Almansa, entre otros. Tal fenómeno de sobreexplotación supone, por un lado, la destrucción de los ecosistemas por parte de conocidas multinacionales agroalimentarias. Y por otro la perdida de sostenibilidad y de futuro para nuestros hijos.
El agua del grifo es más saludable, tiene más controles microbiológicos y químicos que el agua embotellada. Esta última está regulada por la Ley de Minas y no por la Ley de Aguas que es más estricta con su calidad. Hoy se sabe que el 100 % de las aguas embotelladas en plástico analizadas (véanse las investigaciones de Nicolás Olea) presentan disruptores endocrinos –Bisfenol-A– en su composición y casi el 94 % presentan micropartículas de plástico, que acaban en nuestro organismo, procedentes ambos del envase, del proceso de embotellamiento y de las características de la gestión posterior a su embotellamiento (tiempo de contacto agua-plástico, temperatura ambiental, exposición al sol, etc).
Beber agua del grifo reduce los residuos. Los más de 3.500 millones de botellas de plástico que los españoles generamos al año están ocasionando un grave problema ambiental del que numerosos medios de comunicación se han hecho eco. El 50 % de los mismos termina en vertederos, sin reciclar y otros muchos acaban alimentando las enormes extensiones –giros subtropicales- que flotan en el mar y van depositándose en el fondo lentamente. Cada año se depositan unos 8 millones de toneladas (microplasticos) que al final terminan en la cadena trófica instalándose en la cadena alimentaria de la cual formamos parte.
Algunos son consecuentes y creen que el consumo de agua de grifo pasa por aumentar la información y la concienciación ciudadana sobre los aspectos aquí tratados. Una ciudadanía con tales características aumentaría la presión y la demanda social sobre las instituciones públicas y sobre los establecimientos de restauración para que ofreciesen prioritariamente agua de grifo.
Sabemos que hay países europeos con legislaciones que obligan a servir agua de grifo en la hostelería mientras que en España solo algunas autonomías han iniciado este proceso (Andalucía, Baleares, Navarra y Cataluña). Pensamos que deberían ser las instituciones autonómicas y locales, sobre todo, las que deben fomentar el consumo de esta agua.
El gobierno municipal surgido de las recientes elecciones debe acordar medidas que vayan en la dirección sugerida. La iniciativa ha de estar dirigida a implicar a las familias, a los colegios e institutos y resto de instituciones académicas y a los empresarios de la hostelería, la restauración y el turismo. El mismo consistorio debe implicarse gestionando actividades como las que despliegan aquellos municipios acogidos a la marca de calidad ProGrifo, lanzada por la Asociación Española de Operadores Públicos de Abastecimiento y Saneamiento. Esta marca identifica a los ayuntamientos y empresas (incluidas las de turismo, hostelería y restauración) que defienden el consumo responsable de agua pública de grifo. El consistorio alicantino debe marcarse objetivos como incrementar el acceso gratuito al agua potable en los recorridos y lugares habituales por los que transita o acude la población en sus actividades cotidianas de trabajo, ocio o deporte; optimizar la red de fuentes de agua potable, en la vía pública y en los espacios abiertos y en los edificios e instalaciones que gestiona, así como facilitar su incorporación en otros de carácter privado. Además otros objetivos deben trasmitir las cualidades y la idoneidad de la titularidad pública de la misma para, a su vez, favorecer que la población se identifique y se sensibilice con su correcto uso.
Incluso hay ayuntamientos que realizan repartos sistemáticos de botellas de cristal a los vecinos; instalan fuentes dispensadoras de agua gratuita conectadas a la red de abastecimiento público en las dependencias municipales y en las académicas y, dan ejemplo, disponiendo para quien quiera botellas o decantadores de cristal y vasos del mismo material para su uso en las sesiones de plenos, en las juntas locales de gobierno, ruedas de prensa o cualquier acto público. Es más, hay ayuntamientos en este país que tienen aprobado un mínimo vital de agua (estimado en cien litros por persona y día) que permite subvencionar a las personas o familias en exclusión social. La nueva etapa municipal debe, ante todo, dar una inexcusable solución al problema social de muchas familias sanvicenteras.
En Alicante y sin querer enmendar la plana a nadie, la corporación municipal, a falta de una norma superior que provenga de la Generalitat Valenciana, debe establecer sus propias normas. Una de ellas, ha de pasar por establecer que en los establecimientos de restauración se ha de ofrecer a los clientes agua del grifo, fresca y en recipiente de cristal y los vasos del mismo material para su consumo, de forma gratuita y complementaria a la oferta del propio establecimiento. Los municipios que se convierten en Comunidades Azules, otro dia tocaremos este tema, adoptan resoluciones para reconocer el acceso al agua y a su saneamiento, públicos, como derechos humanos.
No sé si algún día, por propia voluntad, volveré al citado restaurante. Nunca se puede decir de este agua embotellada no beberé, ese cura no es mi padre o si alguien algún día volverá a votar a Ciudadanos.
Adrián Martínez
Miembro de la Coordinadora estatal de Recortes Cero
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